8 de Marzo. Abajo la explotación capitalista y su yunta: la dominación patriarcal

08/03/2020
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Significado de la conmemoración del 8 de marzo

El Día Internacional de la Mujer Trabajadora conmemora la lucha de muchísimas mujeres a lo largo de la historia; iniciando la celebración en 1908, en Estados Unidos. En este día, las mujeres socialistas desarrollaron enormes manifestaciones para luchar por el derecho de la mujer al voto y por sus derechos políticos y económicos. Hace 110 años, la dirigente revolucionaria alemana Clara Zetkin propuso la celebración de un día Internacional de las Mujeres Trabajadoras a la Segunda Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas realizada en 1910 en Copenhague. Un año después de la decisión adoptada se celebró con mítines a los que asistieron más de un millón de personas, en ellos se exigieron libertades democráticas y garantías laborales para las mujeres. Cuando reivindicamos el Día Internacional de la Mujer, no lo hacemos como una celebración más, sino que debemos entenderlo como una jornada de lucha por los derechos de las mujeres trabajadoras.

Orígenes de la pesada explotación y opresión de la mujer

En las primeras sociedades en que se impuso la explotación de clase para apropiarse del excedente económico, los primeros explotadores, no solo debieron instaurar la propiedad privada sobre los medios de producción (la tierra, los granos, el ganado, las fuentes de agua y los sistemas de regadío, etc.), para así explotar al grueso del clan o la tribu, sino que para acumular y perpetuar sus riquezas, además debieron garantizarse el derecho de herencia, instaurando la monogamia compulsiva, derrocando el derecho materno e imponiendo a las mujeres la condición social y política de inferioridad sobre los hombres, incluso hasta el punto de ser concebidas como parte de su propiedad. El patriarca explotador y dominante debía asegurarse heredar sus riquezas a sus hijos consanguíneos y para ello debía someter a la mujer. De manera que donde hay un sector social que vive del trabajo ajeno, cimentado sobre la propiedad privada, existe también el patriarcado. Esto denota la unidad dialéctica entre las relaciones de explotación y las de opresión.

Dados los incesantes adelantos de la ciencia y de la técnica que le acompañan, se configuran las bases materiales que brindan la posibilidad de superar las desigualdades y lacras sociales, entre ellas la opresión a la mujer. Al mismo tiempo, en distintos grados y de acuerdo con las necesidades cambiantes de la acumulación de capital, por primera vez en la historia, las mujeres son incorporadas en masa al mercado de trabajo, y así salen parcialmente de la esfera cerrada de la familia nuclear y la esclavitud doméstica, abriendo el cauce para su organización y conciencia.

Pero el capitalismo es un sistema terriblemente contradictorio, con tendencias cada vez más destructivas, en el marco de la decadencia imperialista. La lógica de hierro del capitalismo es simple: obtener la mayor ganancia posible para los capitalistas. De manera que: “Los grandes avances del capitalismo en la producción de riquezas, en el desarrollo de la ciencia y la técnica, que podrían llevar a la emancipación total de las mujeres y acabar con todas las desigualdades, están al servicio de una minoría” de grandes capitalistas y trasnacionales que concentran cada vez más los enormes recursos, que son fruto de la producción social. Así las cosas, paradójicamente, la incorporación de la mujer al mercado de trabajo implica más bien nuevas y más pesadas cadenas sobre las mujeres trabajadoras, sometidas a una explotación cada vez más brutal como asalariadas, siendo los contingentes más mal pagados y sometidos a condiciones de trabajo deplorables en todo el orbe, al mismo tiempo que siguen atadas a la esclavitud del trabajo doméstico impago.

Situación de la mujer trabajadora

En la mayoría de los países del mundo, las mujeres constituimos el 50% de la clase trabajadora; y con el neoliberalismo que amplía la oferta de trabajos precarios, mal pagados y tercerizados, así como el trabajo informal o por cuenta propia, se desarrolla un aumento vertiginoso en el número de mujeres dentro de los sectores más oprimidos de la clase obrera.

Según la Organización Internacional del Trabajo (Tendencias mundiales del empleo entre las mujeres, 2008) a pesar de que en la última década ingresaron 200 millones de mujeres al mercado laboral mundial, éstas están más expuestas que los hombres a ocupar los trabajos de baja productividad, con bajos salarios, sin protección social, sin derechos laborales y altamente vulnerables al desempleo. Por cada 100 hombres hay 70 mujeres económicamente activas, concentradas principalmente en el sector de servicios. Con la llamada “globalización” y los Tratados de Libre Comercio, los países imperialistas pasaron a disponer de una vasta reserva de mano de obra que se extiende desde la India y Pakistán, hacia África, el sur de Europa, todo el Caribe, América Latina. Se integraron trabajadores de estos países como sector muy explotado, al igual que los portorriqueños, mexicanos y negros en USA. Además, la porción femenina de la población se volvió la principal reserva de trabajo.

Al mismo tiempo, las mujeres también se ubican dentro de la masa de desempleo, que conforma el ejército industrial de reserva o población excedente relativa, junto con los inmigrantes y la población negra. Con frecuencia la mujer oscila entre el desempleo y los puestos de trabajo irregulares, precarios, eventuales y marginales.

En esa condición, se constituyen en una fuerza de trabajo disponible y elástica, que entra y sale del mercado laboral, según los intereses del capital. Como forman parte de los sectores más mal pagados, sus condiciones de vida están por debajo del nivel normal de la clase trabajadora (por ello se habla de feminización de la pobreza). Según la ONU, el 70% de los pobres del mundo son mujeres. Salarialmente la desigualdad es muy evidente: el empleo mejor remunerado se concentra entre los técnicos hombres y las mujeres ocupan los puestos más mal remunerados. Los peor remunerados son a su vez, los empleos que más crecen (servicios, comercio y empleo doméstico), ocupados principalmente por mujeres, negros, inmigrantes y la población más joven.

QUE CONCLUSION SACAMOS DE ESTO:

La opresión contra la mujer sirve al capital para aumentar la tasa de ganancia sobre el trabajo femenino, de dos formas:

a) En la producción social, porque mantiene la desigualdad salarial, y con eso extrae una tasa extra de plusvalía sobre el trabajo femenino, ya que la tasa salarial queda por debajo de la media en una enorme gama de ramas de la producción. Y mantiene a la mujer como parte del ejército industrial de reserva, sometida al desempleo latente (si necesitan reducir empleos, se despiden primero a las mujeres, quienes regresan al trabajo doméstico)

b) En el trabajo doméstico impago, donde la mujer garantiza la reproducción de la fuerza de trabajo sin necesidad de realizar inversión de capital. En consecuencia, la inmensa porción de la clase trabajadora constituida por las mujeres, al estar en una situación de doble de explotación y opresión (en virtud de su clase y su género), funciona para el capitalismo como mano de obra descartable, no calificada y precaria, dividida entre la esclavitud doméstica en la casa y la explotación del capital como asalariada de segunda categoría.

La crisis de la familia nuclear capitalista y el creciente número de mujeres cabezas de hogar

El capitalismo promueve el modelo de la familia nuclear con el padre, como proveedor y jefe de hogar, la madre, subordinada como esposa y “ama de casa”, y las hijas y los hijos sometidos a la autoridad de ambos progenitores. Esta es para el capitalismo la unidad básica económico¬-social, apta para garantizar de forma más segura y rentable la reproducción de la fuerza de trabajo, y al mismo tiempo la reproducción de la ideología dominante.

No es casual que la derecha y los fundamentalistas religiosos, hagan tanta idolatría de la familia nuclear, por lo que se oponen rabiosamente a todo lo que sea diferente al “sagrado” matrimonio monógamo y pegan el grito en el cielo contra toda forma de organización familiar que lo cuestione, por ejemplo, rechazan las uniones civiles de parejas del mismo sexo. Los conservadores saben que el sistema patriarcal capitalista se cimienta y fortalece en la discriminación y el sexismo, y que la familia nuclear, que es base esencial para mantener el sistema, se ve cuestionada con la existencia y los derechos de otras formas de unión.

Sin embargo, todas las hipócritas apelaciones a los valores familiares que esgrime la derecha no pueden ocultar la creciente desintegración de la familia nuclear capitalista, que paradójicamente obedece, por un lado, a la pauperización de las grandes masas, la intensificación de los ritmos de trabajo en la producción capitalista, las migraciones y la acelerada feminización de la fuerza de trabajo, y por otro lado, se potencia por la acción consciente y organizada del movimiento feminista y lésbico-gay que lucha por la libertad y el derecho a decidir de las mujeres y las personas con diversas orientaciones sexuales.

Hay que destacar además que en los hogares más pobres, especialmente en América Latina y los países periféricos, es muy significativo el número de madres que viven en contextos familiares, en los que asumen solas la crianza de las y los hijos. Se estima que hoy en día un tercio de los hogares del mundo están encabezados por mujeres. En las áreas urbanas, especialmente en América Latina y parte de África, la cifra alcanza el 50% o más. En las áreas rurales donde tradicionalmente se producen migraciones masculinas, la cifra tiene a ser muy alta, mientras que, en los campos de refugiados de África y América Central, ésta es cercana al 80 o 90 %.

Es un mito entonces que pervive la tradicional familia nuclear, pero hay que agregar que, incluso en las familias en las que la mujer tiene como pareja a un hombre, con frecuencia no es el proveedor exclusivo, no es el único que aporta ingresos a la familia, sino que la mujer trabajadora, ya sea como asalariada o trabajadora en el mercado informal, aporta ingresos, incluso en ocasiones en mayor proporción que lo hace el hombre. Sin embargo, como el patriarcado y el machismo se mantienen intactos, se hace más brutal la violencia contra las mujeres y más pesado el fardo de explotación y opresión que debe cargar sobre sus espaldas.

El triple rol de la mujer en los hogares pobres del Tercer Mundo

En este apartado nos interesa subrayar otras peculiaridades de la mujer en los hogares pobres de los países periféricos o del Tercer Mundo, especialmente en los que la mujer es cabeza de familia. Además del rol reproductivo (trabajo doméstico y todo lo asociado a la maternidad y crianza de las y los hijos) y el rol productivo (trabajo asalariado o informal), Caroline O. N. Moser destaca que la mujer en los hogares y comunidades pobres cumple el rol de gestora comunal (voluntaria e igualmente no remunerada). Sobre este último rol, la autora citada nos indica: Las mujeres en su rol de esposas y madres, luchan para organizar sus vecindarios (…) las mujeres no son sólo quienes más sufren, sino quienes deben asumir la responsabilidad de la distribución de los escasos recursos para asegurar la supervivencia de su hogar. Cuando existe una confrontación abierta entre las organizaciones comunales y las autoridades locales para presionar directamente al Estado o a las organizaciones no gubernamentales (ONG) por infraestructura o servicios, nuevamente son las mujeres quienes, como extensión de su rol doméstico, asumen frecuentemente la responsabilidad principal para la formación, organización y éxito de los grupos de protesta a nivel local.

Toda estrategia de organización y lucha en esos contextos, debe comprender esta dinámica. No reconocer este triple rol de las mujeres pobres, ignora el hecho de que ellas, a diferencia de los hombres, están severamente limitadas por la carga que significa mantener el equilibrio entre estos roles de reproductoras, productoras y gestoras comunales. Además, en virtud de su valor de cambio, sólo el trabajo productivo se reconoce como tal. El trabajo reproductivo y de gestión comunal, al ser considerados `naturales` y no productivos, no son valorizados. Esto tiene serias consecuencias para las mujeres. Significa que la mayor parte, sino todo, del trabajo que realizan es invisible y no reconocido como trabajo.

Esta pesada opresión que se agudiza en las mujeres pobres del Tercer Mundo, no obstante, desde una perspectiva dialéctica, a la vez encierra el potencial para promover el liderazgo revolucionario en la vía de su emancipación.

El liderazgo de la mujer trabajadora es decisivo para el movimiento revolucionario

Para nosotras y nosotros, en la mujer pobre y trabajadora se encuentra la posibilidad de desarrollar a los batallones más decididos y abnegados en la lucha, en virtud de la doble, triple y hasta cuádruple opresión de la que somos objeto. Por ejemplo, una mujer, si además es obrera, indígena o inmigrante y lesbiana, está sometida a cuádruple opresión, y por lo tanto, si eleva su conciencia y se organiza, tenderá a ser la más aguerrida revolucionaria.

Sin embargo, esto no ocurrirá de manera espontánea, porque las mujeres trabajadores y pobres viven disgregadas y alienadas, sin acceso a una educación liberadora, por el embate del patriarcado, por la asfixia que les impone la rutina familiar y la explotación en la empresa Es indispensable el papel del Partido revolucionario, que de manera sistemática, intervenga para educar y organizar a las mujeres trabajadoras y dotarlas de un programa revolucionario consecuente.

Pero esto no sólo hay que decirlo “como un saludo a la bandera”, el partido revolucionario debe todos los días, consciente y concretamente, tomar medidas para estimular y promover el liderazgo de las mujeres tanto en el movimiento de masas, como al interior del propio partido, combatiendo sistemáticamente al machismo, lesbofobia, transfobia, homofobia y discriminación racial.

Como somos materialistas, ello exige una acción afirmativa: procurar condiciones y recursos concretos, tales como medidas para colaborar y acompañar el cuido de las y los niños, para aliviar la esclavitud doméstica de la mujer trabajadora, por ejemplo, y garantizarle el tiempo libre para formarse y empoderarse.