A propósito del 80° aniversario del asesinato de León Trotsky

21/08/2020
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por David Morera Herrera

El 20 de agosto de 1940, aproximadamente a las cinco de la tarde, en su casa de habitación en Coyoacán, México, Trotsky, a la edad de sesenta años, es herido de muerte con una piqueta de alpinista por Ramón Mercader, un agente de la policía secreta estalinista (GPU). Al día siguiente fallece después de una larga agonía.

El asesinato de Trotsky no obedece a una simple venganza personal de Stalin, es un acto político fríamente calculado. La muerte de Trotsky privó a la Cuarta Internacional del único dirigente sobreviviente, de la generación que resumía la experiencia y la tradición revolucionaria más valiosa del siglo, desde la lucha contra la autocracia zarista y la emigración en los círculos marxistas de Europa, pasando por la Revolución Rusa de 1905 y 1917, El Ejército Rojo y la Tercera Internacional, hasta el combate a la degeneración estalinista y la barbarie fascista.

Pero poco más de medio siglo después de su asesinato, el otrora poderoso aparato estalinista que trató de borrar a sangre y fuego la memoria y las enseñanzas de Octubre del 17 y sepultar el nombre de Trotsky, cae estrepitosamente, mientras la figura de Trotsky adquiere una estatura profética ante el veredicto de la propia historia.

A partir de la caída del Muro de Berlín en 1989 y luego de un breve período de apertura económica y política (conocidas como la perestroika y el glasnot), en la antigua URSS, con Gorbachov a la cabeza, precedido por Yeltsin, los regímenes mal llamados socialistas de la ex Unión Soviética y Europa del Este, caen uno a uno, ante la movilización de las masas populares y al presión del imperialismo. No obstante, al no existir una dirección revolucionaria que canalizara el descontento de las masas populares en esos países, las burocracias ex “comunistas”, recicladas en asocio con el imperialismo, abrieron las puertas al pillaje de la economía nacionalizada y sellaron el sendero de la restauración capitalista. En otros estados como China, Cuba y Viet Nam, el control totalitario de la burocracia, que aún se autodenomina “comunista”, se mantiene incólume, pero también se transita, con diversos ritmos, hacia la restauración del capitalismo y la reversión de las conquistas sociales que derivaron de sus respectivas revoluciones.

Se cumple así la previsión de Trotsky, en su sentido negativo:
“Así el régimen de la URSS encarna contradicciones terribles. Pero sigue siendo un estado obrero degenerado. Este es el diagnóstico social. El pronóstico político tiene un carácter alternativo: o bien la burocracia, convirtiéndose cada vez más en el órgano de la burguesía mundial en el estado obrero, derrocará las nuevas formas de propiedad y volverá a hundir al país en el capitalismo, o bien, la clase obrera aplastará a la burocracia y abrirá el camino del socialismo.”

Desgraciadamente, en la segunda posguerra, la Cuarta Internacional no pasó la prueba; no fue capaz de resolver el hilo rojo de la crisis de la humanidad: la crisis de dirección revolucionaria de la clase trabajadora, tal como se propuso en su fundación. La extrema debilidad de los grupos que sobreviven a la Segunda Guerra Mundial, su marginalidad, la adaptación y la presiones de parte de movimientos y aparatos burocráticos y pequeñoburgueses, llevó a una creciente disgregación en múltiples fragmentos de quienes se reclaman herederos de la tradición de la Cuarta Internacional.

Esa es la razón fundamental por la cual la burocracia estalinista terminó de arruinar los estados obreros, que de degenerados burocráticamente, entraron rápidamente en un proceso de descomposición y desmantelamiento, hacia la restauración capitalista. Este cuadro político, expresando una nueva correlación de fuerzas, llevó al movimiento obrero y popular, a escala mundial, de derrota en derrota, hasta imponer en los noventa del siglo XX, un retroceso profundo en su conciencia y organización, que llevó a los ideólogos burgueses a proclamar a viva voz la victoria definitiva e indisputada del sistema capitalista e imponer una dura contraofensiva neoliberal en todo el orbe, que condujo a la precarización, a la informalización y a la flexibilidad laboral de la clase trabajadora, al tiempo que desmanteló buena parte de las prestaciones sociales y redujo significativamente sus tasas de sindicalización.

Pero, a pesar del retroceso del sujeto político y social apto para la revolución socialista, el capitalismo, por su naturaleza crecientemente destructiva, continúa incubando y profundizando las contradicciones irreconciliables que le son inherentes, y que develara magistralmente Carlos Marx en su obra cumbre “El Capital”. Las recurrentes tendencias recesivas de la economía mundial y sus efímeras recuperaciones, desde el pinchonazo de la burbuja inmobiliaria en el 2008, se acompañan con una polarización y agudización de la crisis política y social, que tiene múltiples manifestaciones. Surgen nuevas luchas obreras y populares, que pese a no contar con direcciones revolucionarias al frente, instintivamente buscan una salida a la miseria creciente, a la brutalidad y a las privaciones que impone el sistema en distintas latitudes.
En una de sus últimas obras; “En Defensa del Marxismo”, Trotsky escribe las siguientes palabras que son perfectamente aplicables a nuestro tiempo:
“(…) la tarea fundamental de nuestra época no ha cambiado, por la simple razón de que no se ha resuelto (…). Los marxistas no tienen el menor derecho (si la desilusión y la fatiga no se consideran derechos) a extraer la conclusión de que el proletariado ha desaprovechado todas sus posibilidades revolucionarias y debe renunciar a todas sus aspiraciones (…). Veinticinco años en la balanza de la historia, cuando se trata de los cambios más profundos en los sistemas económicos y culturales, pesan menos que una hora en la vida de un ser humano. ¿De qué sirve el individuo que, a causa de los reveses sufridos en una hora o un día, renuncia al propósito que se ha fijado sobre la base de toda la experiencia de su vida”

En los últimos años de su vida a Trotsky le toca observar la desbandada de muchos intelectuales de izquierda, que reniegan del marxismo. El horror nazi-fascista y la amarga decepción con el estalinismo, fue el caldo de cultivo de ese estado de ánimo, que en definitiva llevó a muchos de ellos a embellecer y reconciliarse con la democracia burguesa en las metrópolis imperialistas. A propósito de este fenómeno, señala:
“Está más allá de toda discusión el hecho de que el viejo Partido Bolchevique se ha desgastado, ha degenerado y perimido. Pero la ruina de un partido histórico determinado que durante un período se apoyó en la doctrina marxista, no significa la ruina de esa doctrina. La derrota de un ejército no invalida los preceptos fundamentales de la estrategia. Que un artillero pegue lejos del blanco de ninguna manera invalida la balística, es decir, el álgebra de la artillería. Que el ejército del proletariado sufra una derrota o que su partido degenere, de ninguna manera invalida al marxismo, que es el álgebra de la revolución (…).
De todos modos, ningún revolucionario serio pensaría en utilizar como vara para medir la marcha de la historia a los intelectuales confundidos, a los estalinistas desilusionados y a los escépticos defraudados”.

En realidad, en pleno siglo XXI la disyuntiva que planteó Rosa Luxemburgo: “Socialismo o Barbarie”, no solo sigue vigente, sino que se ha hecho aún más acuciante y descarnada. Lejos del mecanicismo de los manuales estalinistas y sus profesiones de fe, no hay ningún designio “deus ex machina” que conducirá inevitablemente a la humanidad a algo así como el “paraíso socialista” El camino es muy escabroso. Todo depende de la dialéctica de la lucha de clases y sus resultados, todo depende de si la vanguardia obrera y popular, conscientemente, puede elevarse a sujeto social y político de su propia emancipación, como lo demostró, parcial y potencialmente, con la Revolución Rusa de Octubre de 1917.
Finalmente, es preciso destacar que el marxismo es lo más alejado a un dogma o recetario. Así como la vida y el Universo se transforman constantemente. El marxismo es una ciencia crítica y abierta, al servicio de la emancipación de la humanidad, cuyo cuerpo teórico no es otra cosa que la sistematización de la experiencia revolucionaria de las y los oprimidos en su titánico combate. De manera que el marxismo del siglo XXI, desde luego requiere actualizarse con los nuevos fenómenos de la realidad. Es imprescindible, por ejemplo, que se nutra de los innovadores aportes de las corrientes feministas socialistas y ecosocialistas, en la medida en que el derrocamiento del capitalismo es inseparable de la liquidación del patriarcado y al mismo tiempo, se conjuga con el conflicto cada vez más alarmante que deriva de la voraz destrucción del ecosistema planetario, impuesta por el irracional sistema de lucro. De nuestra parte, nuestro mejor homenaje a la obra y ejemplo singular de León Trotsky, es continuar su larga marcha en procura de abrir el horizonte socialista para toda la humanidad.