EL ASALTO AL CAPITOLIO INSTIGADO POR TRUMP
David Morera Herrera, sociólogo
david.morera.herrera.65@gmail.com
Diversas personas analistas suelen referirse a Trump como un desquiciado incoherente. Que es un narcisista, megalómano, dispuesto a todo por su insaciable poder: de eso no hay duda alguna. Pero no hay que equivocarse, tiene su agenda, su plan, su lógica (macabra, es cierto): es un curtido demagogo y provocador.
Las comparaciones históricas o analogías son limitadas. Pero tienen un importante valor analítico. En momentos de aguda crisis económica mundial, desde el segundo lustro de los años 20 del siglo XX, inicia el ascenso de las hordas fascistas. En ese entonces Hitler era considerado por gran parte de los políticos como un ridículo personaje, insignificante, haciendo desplantes desde una cervecería. Sin embrago, la desesperación de las masas populares, el desempleo, la miseria, que se profundiza sin salida desde el crack financiero mundial del 29, hizo que, en la oscura noche de la más grande crisis del capitalismo imperialista en ese entonces, reinaran finalmente los monstruos, parafraseando a Gramsci.
Desgraciadamente al fascismo le abrieron paso, en definitiva, la “moderación” y sometimiento al régimen burgués de la izquierda reformista (socialdemócrata), junto a los devaneos ultras y torpezas recurrentes del stalinismo (que degeneró a los partidos comunistas en aparatos burocráticos y totalitarios).
No es la misma situación hoy, pues ninguna situación histórica es idéntica a otra, desde luego. Pero hay que aprender las lecciones del pasado y avizorar las tendencias posibles de los procesos históricos. Hoy asistimos a la más profunda crisis del capitalismo imperialista, agravada por la pandemia. Como en el ciclo histórico anterior ya esbozado, la incapacidad, cobardía y sometimiento de la izquierda adaptada a los regímenes burgueses, que se monta en la carroza del circo y la engañifa de la farsa democrático burguesa (desde los variopintos “progresismos” hasta los adeptos de Bernie Sanders, colgados a la ubre del Partido Demócrata), sumado a la esterilidad de las sectas ultraizquierdistas autodenominadas trotskistas, anarquistas o autonomistas; es de temer se encuentra en la base del crecimiento del neofascismo, no sólo en EEUU, sino en el estado español con Vox, FPÖ en Austria, el Frente Nacional en Francia. En fin, no es un fenómeno despreciable o tangencial, es un peligro mortal, el cual no es percibido incluso por agrupaciones autodenominadas trotskistas, embriagados en la letanía de una supuesta situación revolucionaria mundial perpetua, que sólo existe en sus cabezas, incapaces de ver las marchas y contramarchas, así como los matices y dinamismo, cada vez más acelerado de la lucha de clases mundial.
Dicho lo anterior, Trump con su instigación a la toma del Capitolio por las hordas de supremacistas blancos armados que llegaron a aterrorizar a senadores y congresistas, ha concitado el repudio casi unánime de la burguesía mundial (con excepciones, como el pichón de fascista Bolsonaro). Ha puesto en jaque la “sacrosanta” institucionalidad en la supuesta “democracia” burguesa modelo yanqui. Es muy grave.
Sin duda, los capitanes de la industria y Wall Street, en su enorme mayoría, están deseosos de deshacerse de Trump, tan díscolo e incontrolable. Algunas personas analistas, suspiran con alivio por el fin de su mandato y creen – ingenuamente a mi criterio- que ha quedado completamente desacreditado, sin fuelle político. Para nada. A pesar de su derrota electoral, con sus provocaciones y el artificio del fraude (fraude siempre ha existido, empezando porque el sistema electoral yanqui, en sí mismo, es una tremenda farsa): Trump ha logrado su cometido, fríamente calculado. Ha galvanizado un destacamento de masas (minoritario es cierto), pero duro y combativo, al estilo de una milicia.
En medio de un escenario mundial en donde es más que previsible que los huracanes político-económico-sociales continuarán, esa base de apoyo nefasta del trumpismo se refuerza. En un mundo azotado por una crisis sin parangón en el decadente imperio yanqui, es inevitable que el Partido Demócrata en su gestión gubernamental (por más disfraz y palabrería “progre” que luzca), sea una decepción más en materia de derechos económicos y sociales (un partido tan imperialista como el Republicano). En esa perspectiva, no es de sorprenderse que Trump, aunque hoy luzca políticamente sepultado frente al establishment; la verdad es que, en una perspectiva de mediano plazo, no es así. Dependerá ello de la lucha callejera, del movimiento Black Lives Matter, de la acción de las clases oprimidas y de la construcción de una dirección revolucionaria cabal que abra otro horizonte e impida que siga extendiéndose el cáncer trumpista en Estados Unidos y el neofascismo en el mundo.