(V) A OCHENTA AÑOS DEL ASESINATO DE LEÓN TROTSKY
Quinta parte de una aproximación al tema.
Por Rogelio Cedeño Castro, sociólogo y escritor costarricense.
Más que el asesinato de uno de los líderes más importantes de la revolución rusa, la de octubre de 1917 para ser más precisos, una revolución que fue contemporánea de la que había tenido lugar en México, estamos hoy, al cabo de ocho décadas de aquellos acontecimientos, en capacidad de afirmar que el crimen, materializado en la persona de León Trotsky (el martes 20 de agosto de 1940), fue más bien un acto desesperado de José Stalin y su grupo cerrado o camarilla en el poder, uno que era ejercido mediante el terror y el chantaje sobre los habitantes de la enorme sociedad postrevolucionaria, surgida de la revolución y la cruenta guerra civil de los años 1918 a 1921, unida a la invasión del país por las potencias europeas, los EEUU y el Japón, con la que buscaban liquidar en su cuna a la revolución. Para quien manejaba los hilos del Kremlin era preciso, ya en medio de la Segunda Guerra Mundial, culminar el exterminio de toda la vieja guardia bolchevique, puesto que ese era un requisito sine qua non para implantar su relato y leyenda dorada acerca el régimen imperante, durante esos años, en la Unión Soviética. Había que acabar con los testigos de la revolución y de las discusiones hacia el interior del Partido Bolchevique, el que habían encabezado Lenin y Trotsky durante la insurrección, pero como el primero de ellos había muerto en fechas tempranas, sólo fue necesario “fabricar” un Lenin a su medida, puesto que una vez que encerraron su momia, bajo los muros de la fortaleza del Kremlin, éste sería cada vez más lejano al personaje de carne y hueso, tanto de los días del exilio, como de los primeros tiempos revolucionarios.
Durante los procesos de Moscú, cargados de calumnias y denuestos incalificables hacia los integrantes de la vieja guardia del Partido Comunista o Bolchevique, muchos de ellos habían “confesado” en público, a la manera de la inquisición medieval, antes de ser condenados a muerte y ejecutados, sus “crímenes” cometidos bajo la dirección de un imaginario “centro trotskista- zinovievista”, el que sólo estaba en la imaginación del aparato represivo de aquel régimen que terminó por pervertir una de las utopías más importantes del siglo XX, de tal manera que la contrarrevolución no se había impuesto sólo en Berlín, o en la España Franquista y en otros estados fascistas europeos, sino que también, pese a las apariencias y las diferencias que habían entre esos polos antagónicos, había triunfado también en el Kremlin: A principios de 1940 sólo faltaba cazar la última pieza para acabar con toda la vieja guardia revolucionaria y para ello después de dos atentados, planeados y ejecutados por agentes de la KGB en el México cardenista, que había otorgado asilo a León Trotsky, que culminaron con su muerte ya no quedarían testigos de la revolución, ni de lo que había sido el partido en otros tiempos. A la larga esto tendría consecuencias muy graves para la mayoría de los partidos comunistas o socialistas del mundo: se había instalado en ellos la imposibilidad de reconocer y mirar de frente a la verdad histórica o, cuando menos, dadas las imposibilidades existentes en términos epistemológicos, de asumir o discutir relatos que pudieran estar más cerca de lo que en efecto había ocurrido durante aquellas turbulentas décadas. La vieja guardia bolchevique de los Zinoviev, Kamenev, Radek, Bujarin, Tomsky, Riazanov, Piatakov, Preobrazenski, Rakovsi y muchos otros quedó en el olvido, cubierta por el manto de la traición… sus integrantes a lo mejor ni siquiera existieron. ¿Será así? Para plantearse estas preguntas ni siquiera hay que ser un trotskistizante o un estalinista arrepentido o reciclado, creemos que todavía existe algo que se llama el sentido común.