(VIII) A OCHENTA AÑOS DEL ASESINATO DE LEÓN TROTSKY
Octava parte de una aproximación al tema.
Por Rogelio Cedeño Castro, sociólogo y escritor costarricense.
El encadenamiento de sucesos que dan origen a otros, tanto como sus repercusiones sobre el conjunto de la sociedad y del complejo devenir histórico, operan también en el caso singular y particular de uno de ellos: Tal es el caso del asesinato de León Trotsky, ocurrido hace ya ochenta años, en la ciudad de México, un hecho que estuvo precedido de una compleja trama conspirativa cuyos hilos venían dirigidos desde el Kremlin hasta culminar en su materialización, entre los días martes 20 y miércoles 21 de agosto de 1940. Ahora bien, no se trataba únicamente de la eliminación de uno de los más importantes líderes y ejecutores de la revolución rusa de octubre de 1917, sino que con esa acción concluía el exterminio de la vieja guardia bolchevique (una deriva jamás reconocida en el discurso del régimen estalinista), representante de un viejo partido en el seno de cuya dirigencia, antes de la revolución, y durante los primeros tiempos de ésta, el hecho de discrepar e incluso de mantener distintas posiciones acerca de decisiones políticas esenciales, como sucedió con el hecho de la insurrección misma, hacia el interior del comité central del partido bolchevique, no se interpretaba como una traición ni un abandono a los principios fundamentales que se suponían compartidos por la militancia partidaria.
Durante la segunda mitad de los años treinta, con la paranoia conspirativa, el rodillo compresor del régimen actuó tanto hacia el interior de la Unión Soviética para exterminar, incluso físicamente, a toda la oposición que era motejada con el sobrenombre de “trotskista”, aunque la gran mayoría de las víctimas jamás tuvieron militancia alguna con esa corriente tan denostada del marxismo.
El gran terror estalinista buscaba también, hacia el exterior disciplinar a la militancia y a la dirigencia de los partidos comunistas, dentro de los lineamientos y prácticas propias del régimen que se había entronizado en la URSS, especialmente a partir de 1934, después del nunca aclarado asesinato de Serguéi Kirov, dirigente del partido en la ciudad de Leningrado.
Dos partidos comunistas sufrieron, con distintos grados de violencia la acción del rodillo compresor que operaba desde Moscú para disciplinarlos, en el caso de uno de ellos: el Partido Comunista Mexicano (PCM) que fue objeto de una depuración, durante los primeros meses de 1940, al negarse sus principales dirigentes Valentín Campa y Hernán Laborde a colaborar en el asesinato de León Trotsky, además de que se atrevieron a expresar “sus” opiniones al respecto, ambos fueron excluidos de la dirección del partido, en el congreso partidario que se efectuó en marzo de 1940, aunque la depuración fue presentada en términos de diferendos internos sobre otros temas.(Jean- Jacques Marie, o. p. cit, p.566, Olivia Gall, op.cit, p. 311).
Otros, en cambio, como sucedió con el Partido Comunista Polaco fueron literalmente “desechados”, dentro de lo que fue un resultado colateral del pacto Molotov Ribbentrop, del 23 de agosto de 1939, puesto que: “Stalin quería hacer de los procesos de Moscú el eje de una campaña central de todos los partidos comunistas del mundo, que permitiera, entre otras cosas, verificar su docilidad y depurarlos de todos los elementos críticos e indóciles.” Todos los trotskistas deben ser perseguidos, abatidos, exterminados”, declara el 11 de noviembre de 1937, en lo que es un anticipo de la suerte que se reservará al Partido Comunista Polaco. La revista LA INTERNACIONAL COMUNISTA de febrero de 1938 afirma que toda la dirección política de ese partido está infiltrada por “agentes trotskistas” manipulados por la policía política polaca…que ha hecho imprimir en sus propias prensas los libros de Trotsky y se ha esforzado por distribuirlos gratuitamente entre los presos encerrados en sus cárceles. Los dirigentes comunistas polacos refugiados en la URSS distan mucho de ser trotskistas, pero en el caso de un entendimiento con Hitler que signifique la guerra contra Polonia, su participación y la liquidación de los judíos, se convertirán en una molestia que Stalin va a eliminar de un plumazo. Al atribuirle el rótulo infamante, éste prepara la disolución del Partido Comunista. Sus dirigentes son detenidos, torturados y fusilados luego de haber confesado su participación en un complot trotskista vinculado a la Gestapo. Su liquidación es un paso adelante en la gestión del pacto Hitler- Stalin del 23 de agosto de 1939” (Jean-Jaques Marie op.cit., p.526).