Gritos y empujones al Presidente
César Olivares
La indignación estaba al tope. Estaban aprobando una ley a la medida de la voracidad de la transnacional ALCOA para entregarle una parte del territorio nacional para la explotación de la materia prima de aluminio.
Era el año 1970, teníamos en la presidencia de la república a José Joaquín Trejos Fernández, profesor de la UCR y librero, promotor de la ley entreguista bendecida también por el entonces presidente electo José Figueres Ferrer.
Se recuerda siempre la gran jornada del 24 de abril, día que se aprobó la ley en la Asamblea Legislativa y de la mayor de todas las manifestaciones patrióticas contra la ley entreguista, reprimida bestialmente por la fuerza pública.
Pero hubo muchas otras manifestaciones. Recuerdo con toda claridad la del 1 de abril, cuando unos setenta estudiantes fuimos detenidos en la tarde y liberados a las 2 de la mañana por gestiones del entonces diputado Rodrigo Carazo. Tengo grabada en mi memoria la imagen del Alfonso Chase ese día, él solo en la calle al costado Sur de la Asamblea Legislativa, cuando ya eran muchos los detenidos, y Alfonso Chase gritándole a los policías: ¡hijueputas! ¡hijueputas!
Por esos días hubo otra manifestación más atrevida por las circunstancias que se dieron. Nos reunimos para protestar frente a la Casa Presidencial, que estaba entonces donde ahora está el Tribunal Supremo de Elecciones, al costado Oeste del Parque Nacional. Era una casa pequeña, de un solo piso.
Éramos un grupo pequeño de estudiantes, unos cincuenta, muy combativos. Yo estaba en compañía de Óscar Madrigal. Gritábamos consignas contra el proyecto de ley ALCOA cuando observamos movimiento por la salida de vehículos de Casa Presidencial, por el costado de avenida 3. Rápidamente bloqueamos con nuestros cuerpos la salida. El presidente Trejos tenía programado un homenaje bajo la estatua de Juanito Mora, frente al Correo, a unas cuantas cuadras de la casa de gobierno.
Dada la situación, Trejos Fernández decidió trasladarse a pie. Salió por la puerta trasera de los vehículos que teníamos bloqueada, con tres o cuatro de su escolta personal, sin ningún desplante policial.
En el trayecto lo seguimos a pie juntillas, gritándole fuerte en sus oídos. En un par de ocasiones algún manifestante paso a más y llegó a empujar al presidente, quien en esas situaciones se daba vuelta para encarar al atrevido. Los escoltas hacían lo posible por contener los hechos, pero poco podían hacer.
Ni Óscar ni yo participamos en los empujones, pero sí ejercitamos al máximo la garganta. Ambos nos unimos a otros compañeros igualmente indignados pero sensato y decidimos dejar solo al presidente con su escolta a partir del Parque Morazán.
Casi nadie supo de aquello. No bramó el presidente ni acudió a un hospital de trauma ni se negó a volver a la Universidad.