(IX) A OCHENTA AÑOS DEL ASESINATO DE LEÓN TROTSKY
Novena parte de una aproximación al tema.
Rogelio Cedeño Castro, sociólogo y escritor costarricense.
Acudiendo al supremo recurso de la ironía, podríamos decir, de manera figurada, y jugando en medio de un escenario que se deshace y rehace constantemente, algo así como lo siguiente: Mientras León Trotsky era asesinado con un piolet de alpinista en su casa de la Calle Viena de la Ciudad de México, en el Kremlin se instalaba la “contrarrevolución permanente”, anclada firmemente en el terror y la sospecha generalizada reinantes entre los devotos de la religión del “socialismo en un solo país”, en la condición de una entelequia encarnada en los engranajes de una maquinaria de burócratas infalibles (que estaban dotados de algo semejante a la infalibilidad papal para el mundo católico) que se encargó de darle el puntapié final, medio siglo después, a un régimen instalado ya no sólo en la URSS sino también en los países del llamado “Pacto de Varsovia”, el que distaba mucho de ser no digamos ya la concreción de la “revolución permanente”, tan cara a un marxista tan apegado a los cánones clásicos como Lev Davidovich Bronstein Trotsky, sino de cualquier idea o materialización de un “socialismo” como el formulado, aunque en términos muy escuetos, por K. Marx en medio de su monumental crítica y análisis del capital, visto todavía en los términos de su tiempo histórico, menos aún dentro de los horizontes utópicos del “comunismo libertario” de Kropotkin y sus camaradas anarquistas, tan denostado por los propios bolcheviques.
La más grande ironía de todo este inmenso y prolongado drama histórico, como lo refiere el historiador ruso contemporáneo Aleksei Gusov un atento estudioso, tanto de los temas relativos a la oposición de izquierda de los años veinte y principios de los treinta (conformada por los trotskistas) como de otras corrientes opositoras también aniquiladas por el estalinismo, es que para el régimen que imperó en la URSS hasta los años ochenta, se “ atacaba a Trotsky como aliado de la contrarrevolución” mientras que “…en la Rusia actual se lo ataca como figura de la revolución”. ¡Oh ironías de la larga duración histórica, la que ha sido tan cara a Braudel, Bloch, Febvre y otros historiadores franceses de la llamada Escuela de los Anales!
El fracaso de la revolución o del socialismo en esencia era contrastado por la maquinaria estalinista, más bien ocultado podría decirse, dentro de un enfoque desarrollista y mecanicista: los planes quinquenales les habían permitido llevar a cabo una “revolución industrial”, en apenas poco más de una década, algo que a sus pares británicos les había tomado no menos de treinta años, con ello se jactaron siempre de que habían producido el armamento con el que terminaron derrotando a la maquinaria militar alemana, durante la Segunda Guerra Mundial. Los millones de víctimas que quedaron en el camino fueron algo así como los “daños colaterales”, aún sin mencionar las del Gulag esa monstruosa regresión a los tiempos del trabajo esclavo de miles de seres humanos(algo que también pusieron en práctica los nazifascistas), para los ideólogos de la contrarrevolución permanente esos actos no pasaron de ser inocentes sesgos, de esos de que también hablan en nuestro tiempo (de la postguerra fría) los imperialismos occidentales, cuando emprenden alguna de sus aventuras bélicas, diz que para instalar “democracias al estilo occidental” en naciones y pueblos con historias muy diferentes, como fueron las del Irak invadido y monstruosamente bombardeado, o la más reciente que tuvo lugar en Libia con un terrible saldo en todos los órdenes de la vida social, un país que volvió a los tiempos medievales y donde ahora existe hasta el tráfico de esclavos, después de haber sido una de las naciones con más altos índices de bienestar humano en esa parte del mundo.